Chile y el cobre son inseparables. Nuestro país no tiene el monopolio mundial de este metal, pero sí alberga las mayores reservas conocidas del planeta, lo que lo ha convertido en un actor clave de la minería global.
El cobre ha acompañado la historia chilena desde los pueblos originarios, pasando por la Conquista y la Colonia, hasta transformarse en el siglo XIX en un motor económico que vinculó a Chile con el comercio mundial. Este recorrido, que combina tradición indígena, innovaciones tecnológicas y la llegada de grandes empresarios mineros, marcó profundamente el desarrollo de la nación.
Si bien ha quedado constancia del uso del cobre por los indígenas antes del período colonial, fueron los españoles quienes lo explotaron con una mayor intensidad, para fabricar bronces de cañón en Perú. Después de la Independencia hubo un fuerte desarrollo de su minería, que acabó con las vetas más ricas. A comienzos del siglo XX se empezaron a explotar los grandes yacimientos de baja ley.
Chile y el cobre están indisolublemente unidos. José Tomás Urmeneta, las empresas Guggenheim y Anaconda, las minas de Chuquicamata, Potrerillos y El Teniente, son otros tantos nombres propios que jalonan la historia, la sociedad y la economía del país.
El cobre en tiempos prehispánicos y coloniales
El cobre era conocido en Chile desde la época prehispánica. Los pueblos originarios lo utilizaban para fabricar adornos, herramientas y armas. Museos de todo el país conservan piezas que testimonian estos usos. La técnica consistía en fundir el metal soplando el fuego con canutos de cobre, en una metalurgia sencilla pero eficaz.
Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, los pueblos originarios aún se encontraban en plena «Edad del Cobre». Sin embargo, los conquistadores se interesaron más en el oro y la plata que en el metal rojo. Solo hacia finales del siglo XVI algunas minas en la región de Coquimbo comenzaron a explotarse, cuyo mineral era enviado al Perú para transformarlo en bronce para fabricar cañones.

Auge en el siglo XVIII: cañones, barcos y demanda europea
Aunque el cobre tenía menor valor que el oro y la plata, su abundancia y la creciente demanda lo hicieron muy rentable. Durante el siglo XVIII, el auge de las flotas de guerra europeas y la necesidad de recubrir los cascos de los barcos con cobre (para protegerlos de algas y animales marinos que se adherían a los cascos hasta destruirlos o disminuir su velocidad) disparó el mercado.
Europa no contaba con suficiente metal y recurrió a la importación. Chile se convirtió en un importante proveedor y los buenos precios de venta estimularon a algunos habitantes de La Serena a buscar vetas del metal. Encontraron minas en El Brillador y La Higuera, al norte de La Serena; en Cerro Tamaya, en Panulcillo, Andacollo y Combarbalá, en la cuenca del Limarí, en Illapel y Los Vilos, y en la cuenca del Choapa.
El cobre de estos yacimientos alcanzaba una ley altísima, entre 25% y 68%. Cuando descendía del 25%, la mina era abandonada. El metal se fundía en «hornos catalanes», que usaban leña de algarrobo, pimiento y molle, lo que provocó una deforestación considerable en varias zonas del Norte Chico.

Siglo XIX: del telégrafo al auge de la minería
En el siglo XIX, la demanda mundial de cobre se expandió aún más. La invención de la electricidad, el telégrafo y el teléfono hizo del cobre un recurso insustituible por su conductividad y ductilidad. Otras utilidades residían en la elaboración de equipamientos de fábricas. Estas nuevas aplicaciones compensaron sobradamente la pérdida del mercado de las armas de fuego, que pasaron a ser construidas en acero.
Los pirquineros chilenos descubrieron yacimientos en el Norte Chico: Arqueros, El Brillador, La Higuera, Panulcillo y Tamaya. Luego se sumaron minas como El Barco, Lambert, Campanilla y La Cubana en La Serena, y La Laja en Ovalle. Aunque estos depósitos tenían leyes menores, la innovación tecnológica permitió su aprovechamiento…
La revolución del horno de reverbero
Uno de los grandes hitos tecnológicos fue la introducción del horno de reverbero, traído a Chile en 1818 por el ingeniero francés Carlos Lambert. Esta técnica de fusión indirecta mejoraba el rendimiento energético sin aumentar tanto el consumo de combustible.
Lambert supo aprovechar incluso las escorias abandonadas de antiguas minas del siglo XVIII y levantó fundiciones como la de Totoralillo, que procesaba minerales de La Higuera y El Barco. Su secreto fue tan valioso que llegó a cercar sus instalaciones con muros hechos de escorias para proteger la innovación. El éxito de la innovación del horno de reverbero se tradujo en cuantiosas ganancias económicas para Lambert. Lo que para otros eran minas sin valor, los depósitos de escorias, para él eran vetas de elevado rendimiento. Compró la histórica mina El Brillador e inició la excavación con técnicas novedosas. Los piques llegaron a profundizar 600 metros. Dueño de una inmensa fortuna, Lambert llegó a prestar dinero al gobierno para la campaña de Chiloé.
El horno de reverbero pronto se difundió: en 1826, Joaquín Edwards instaló una fundición en Coquimbo, y poco después la mayor fundición del país se levantó en Guayacán, propiedad de José Tomás Urmeneta.
Urmeneta y la gran minería del cobre
José Tomás Urmeneta se convirtió en uno de los grandes personajes de la minería chilena. En 1852 descubrió la rica veta de Cerro Tamaya, con una ley extraordinaria de 60% de cobre fino. Allí había existido una antigua mina que produjo cobre suficiente para fabricar pailas y alambiques, pero Urmeneta estaba convencido de la existencia de otra veta más grande. Tras dedicar media vida a su idea, encontró lo que buscaba.
En Guayacán (Coquimbo) construyó la mayor fundición de cobre del mundo, con 35 hornos de reverbero y tres chimeneas de más de 30 metros. El complejo contaba con puerto propio y trabajadores chilenos, además de técnicos europeos y estadounidenses.

Gran Bretaña se consolidó como el principal comprador del cobre chileno. Para dimensionar el crecimiento: en 1826 Chile exportaba apenas 30 toneladas, y en 1835 ya enviaba 12.700 toneladas al Reino Unido.
Auge y declive hacia finales del siglo XIX
Entre 1832 y 1845 se descubrieron yacimientos de cobre y plata en torno a Copiapó, atrayendo a inmigrantes. Chile llegó a aportar cerca de 40% de la producción cuprífera mundial entre 1850 y 1880. Sin embargo, las minas de alta ley comenzaron a agotarse y la producción bajó de 1,8 millones de toneladas anuales a solo 600.000 hacia fines del siglo XIX.
Las minas de cobre en la cordillera Occidental (de la Costa) tuvieron menor importancia, excepto en el período 1850-1875. Las mayores minas de cobre que sobrevivieron fueron Chuquicamata, cercana a Calama, y Potrerillos, a unos 125 km tierra adentro desde Chañaral. De 1850 a 1880, Chile aportó al mercado casi un 40% de la producción cuprífera mundial.
El agotamiento de los minerales ricos no detuvo la actividad, porque nuevas tecnologías de baja ley desarrolladas en Estados Unidos permitieron procesar minerales con apenas 2% de cobre. El negocio dejó de ser artesanal y se transformó en una industria moderna, lo que abrió paso a la entrada de grandes empresas extranjeras.
El control de la tecnología productiva fue la base del control del negocio del cobre. Ya no bastaban los métodos casi artesanales practicados hasta finales del siglo XIX. La nueva minería del cobre requería inversiones de gran entidad y el dominio de una tecnología de gran complejidad, pero las empresas tradicionales chilenas no podían dar el paso necesario, al carecer de suficiente capital.
Comienza la penetración de las empresas extranjeras…
Resumen 📚
Uso prehispánico: Herramientas y adornos.
Colonia: Cobre enviado a Perú para fabricar cañones.
Siglo XVIII: Auge por demanda europea (cañones y barcos).
Siglo XIX: Expansión con electricidad y telecomunicaciones.
Innovación: Horno de reverbero (Carlos Lambert).
Grandes empresarios: José Tomás Urmeneta en Guayacán.
Mercados: Reino Unido como principal comprador.
Fin del siglo XIX: Agotamiento de minas ricas, paso a tecnologías de baja ley y llegada de capital extranjero.
Reflexión final
La historia del cobre en Chile, desde sus usos indígenas hasta el auge minero del siglo XIX, muestra cómo este metal no solo moldeó la economía, sino también la identidad nacional. Lo que comenzó con hornos artesanales y pirquineros terminó en grandes fundiciones que conectaron a Chile con el mercado mundial.
El “metal rojo” no es solo un recurso: es parte esencial de nuestra historia.
Fuente: Gran Enciclopedia de Chile
Una mirada al cobre, hoy: COCHILCO
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