Antes de la Primera Guerra Mundial, el salitre natural chileno suministraba cerca de un 55% del abono nitrogenado que consumía la agricultura mundial.


En 1913 se crearon en Europa las primeras fábricas de producción de amoníaco. Por aquellos años, el sulfato de amonio y la cianamida cálcica ya estaban compitiendo con el salitre, cuyo consumo era masivo.

La crisis de 1914

Sin embargo la Gran Guerra (1914-1918) alteró radicalmente la situación. En primer lugar, se perdió un importante mercado, el alemán, cuando las escuadras británicas limpiaron los mares de buques germanos, imponiendo un duro bloqueo al II Reich. Careciendo de nitratos naturales, sódicos y potásicos, los químicos alemanes desarrollaron técnicas industriales de síntesis, de tal manera que los cañones pudieran seguir disponiendo de los explosivos. Coyunturalmente se abrió el mercado estadounidense, pero apenas unos pocos años, pues también ellos recurrieron a la producción sintética.

Poco después de la Primera Guerra Mundial, en Estados Unidos, como en Europa, se inició la producción industrial de amoníaco sintético mediante el procedimiento Haber-Bosch. Este desarrollo a nivel mundial marcó el comienzo del declive del gran ciclo del nitrato sódico natural. Los caliches eran cada vez de menor ley y el nitrato obtenido a partir del amoníaco sintético era cada vez más barato. Además, los precios del transporte marítimo encarecieron notablemente el precio final del salitre chileno, que paulatinamente comenzó a perder posiciones en el mercado internacional.

La competencia del nitrato sintético

Finalizado el conflicto bélico, el mercado alemán se perdió y el inglés entró en recesión; fue entonces cuando Estados Unidos tomó decididamente el relevo, de manera que entre 1917 y 1929 la cuota de exportación se mantuvo, casi todos los años, por encima de las 2.500.000 toneladas. Sin embargo, la cuota de mercado del salitre chileno disminuyó considerablemente: si en el año 1910 representaba el 65% del total de los abonos nitrogenados consumidos en el mundo, en 1920 había descendido al 30% y en 1930 al 10%.

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Como consecuencia de la producción masiva de nitratos sintéticos, y de la concurrencia de otros suministradores, el precio del salitre empezó a decaer a partir de 1920. En seis años sufrió una depreciación del 50% y en 1930 el precio por tonelada alcanzó un mínimo histórico: 53 dólares (frente a los 144 dólares de 1920). La respuesta de las empresas mineras fue de incrementar la producción, para compensar en la cantidad el desplome del precio unitario. Pero el hundimiento de la demanda, a causa de la Gran Depresión, selló el fin del ciclo salitrero. En el año 1950, Chile solo aportaba el 3% del nitrato consumido en el mundo.

La minería del salitre estuvo a punto de desaparecer en plena crisis de la década de 1930. Para evitarlo, el gobierno chileno decidió intervenir, y lo hizo a través de Covensa, una entidad mixta, con capital público y privado, que procedió a la reestructuración del sector. Su estrategia consistió en introducir cuotas de producción en las diferentes oficinas para evitar su cierre total, objetivo que no se logró, pues la crisis no era coyuntural sino estructural.

La economía chilena se benefició del ciclo del salitre. El país ostentaba prácticamente el monopolio mundial de su producción, hecho que lo convirtió en el gran proveedor a escala mundial. El beneficio para el Estado chileno fue grande, pues una tercera parte del precio del salitre estaba constituido por las tasas de exportación.

A lo largo del ciclo, las inversiones fueron extranjeras en su gran mayoría; predominaron los capitales ingleses con un 55% en 1901, los alemanes con un 14% y los españoles con un 10%. El capital chileno invertido ascendía únicamente a un 15% del monto total.

Tiempos difíciles para el salitre

A partir de 1921, la producción en Estados Unidos de salitre sintético a escala industrial modificó la estructura de la demanda del nitrato y el salitre empezó a perder posiciones frente al salitre sintético.

Es interesante apreciar que en 1929, en plena euforia económica (antecedente inmediato de la Gran Depresión), una fuerte reactivación del mercado estadounidense, incrementándose las ventas hasta situarse en los niveles máximos históricos, es decir, superando el millón de toneladas. Fue entonces cuando algunas empresas mineras intentaron reactivar el ciclo salitrero e introdujeron nuevas técnicas en las pocas oficinas que continuaban activas. La firma Guggenheim puso en producción las grandes oficinas María Elena y Pedro de Valdivia, para tratar con nuevos procedimientos caliches de baja ley.

Pero la depresión económica internacional de impuso inexorablemente, poniendo de manifiesto que la reactivación de finales de la década de 1920 había sido apenas un espejismo. La contracción del mercado fue brutal y puede evaluarse en el hecho de que en 1932 solo se exportaron 30.000 toneladas de salitre a Estados Unidos.

En ese sentido, la recesión no fue una característica concreta de ese país, sino una tendencia global. La producción agrícola mundial se redujo enormemente y, por lo tanto, disminuyó la demanda de abonos. En el bienio 1932-1933, el momento más dramático de la depresión, las exportaciones de salitre chileno a todo el mundo se redujeron a 120.000 toneladas.

No obstante, la recuperación fue rápida. A pesar del nitrato que producían las fábricas estadounidenses a partir del amoníaco, la demanda creció en forma espectacular, dando lugar a un nuevo ciclo de crecimiento del nitrato sódico. Los buenos precios a que se podía vender el nitrato gracias al procedimiento Guggenheim, la existencia de fuertes redes comerciales vinculadas a esta firma y la recuperación de la agricultura y la industria en Estados Unidos, posibilitaron que las exportaciones aumentaran desde 398.000 toneladas en 1933 hasta 720.000 en 1939. La cuota del mercado estadounidense de este producto se mantuvo estable entre el 35% y el 42% durante la década de 1930.

La Segunda Guerra Mundial y el salitre chileno

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Durante la Segunda Guerra Mundial, el salitre chileno fue considerado material prioritario para fines bélicos por parte del gobierno estadounidense; ello explica que el Departamento de Defensa adquiriera una reserva estratégica de 300.000 toneladas. Pero también se mantuvo su utilización como abono para aumentar la producción alimentaria con destino a los países del bando aliado en el conflicto bélico.

En 1942 la Oficina Estadounidense de Administración de la Producción publicó la orden M-62, mediante la cual el gobierno se hizo cargo de la distribución del salitre chileno. Durante el período posterior, la distribución a industriales y agricultores fue gestionada por la Unidad de Nitrógeno del Consejo de Producción de Guerra. En coordinación con la Secretaría de Agricultura, el nitrato se distribuía en función de las extensiones cultivadas. Por su parte, la Corporación Chilena del Nitrato embarcaba el salitre en coordinación con la política de Estados Unidos.

En 1941 se exportaron se exportaron 598.765 toneladas y al año siguiente esa cifra casi se duplicó, situándose en 1.031.578 toneladas. A pesar del intenso tráfico marítimo de nitrato, únicamente dos cargueros fueron interceptados y hundidos en ruta por los submarinos enemigos.

A principios del siglo XXI

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Tabaco, algodón, frutales y hortalizas consumen abonos nitrogenados naturales. También es utilizado en el sector industrial como oxidante y catalizador, sirviendo para producir briquetas de carbón, vidrio, metales, diversos compuestos químicos y explosivos.

Es cierto que los niveles de ventas de la Segunda Guerra Mundial no se han vuelto a repetir, pero todavía existe una importante demanda. Así, se cuentan en varios miles de toneladas de nitrato sódico anuales la salidas desde puertos chilenos hacia Estados Unidos, Europa y Asia.

En la década de 1980 se introdujo por vez primera el nitrato sódico refinado, Niterox, y los primeros cargamentos de nitrato potásico obtenido en Chile. Este último se produce en Coya Sur y utiliza salitre producido en la oficina María Elena.

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