Los Nacimientos originarios de la Edad Media europea llegaron a América con el conquistador español, y en Chile tomaron el nombre de «pesebres». De inmediato se incorporaron a las expresiones más auténticas de religiosidad popular.
Los primeros pesebres se hicieron en iglesias y conventos, como parte de las festividades navideñas, que incluían representaciones de «autos sacramentales», canto de villancicos, misa del gallo, etc. Las monjas Clarisas preparaban unos nacimientos o pesebres especialmente elogiados por los numerosos visitantes.
Sin embargo, estos visitantes incluían en su homenaje al «niño Dios» canciones, música e instrumentos demasiado estridentes, «enormes chicharras de madera, canarios de lata, flautines, etc…», por lo que la Iglesia prohibió estos pesebres en los templos.
Como la costumbre ya había prendido, se siguieron haciendo en casas particulares, donde las familias se esmeraban por impresionar favorablemente a los visitantes. Esto trajo la natural rivalidad y competencia, convirtiendo en motivo de orgullo que toda la ciudad hablase de sus pesebres.
La presentación del pesebre se ha modificado poco a través del tiempo, si nos atenemos a una descripción del novelista Alberto Blest Gana: «El pesebre se hallaba con sus divinos habitantes ocupando el centro del nacimiento, rodeados del gallo, el buey y el asno…» (1836).
Pero si la representación plástica permanece intacta, la visión intelectual acepta cierta modernización, como demuestra este villancico chileno, recogido por Juan Uribe Echevarría:
«Señora doña María,
le manda a decir mi abuela
que si no vacuna al niño
le puede dar la vihuela..»