Los pesebres navideños chilenos, también llamados nacimientos, son una herencia de la Edad Media europea que llegó a América con los conquistadores españoles.


Con el tiempo, los pesebres como representación del nacimiento de Jesús se convirtieron en unas de las manifestaciones más auténticas de religiosidad popular chilena, conservando su simbolismo, pero incorporando elementos locales y una identidad propia.

Origen europeo y llegada a Chile

Los nacimientos tuvieron su origen en la Europa medieval, especialmente a partir del ejemplo de San Francisco de Asís en el siglo XIII. Fueron traídos a América por los españoles durante la época colonial y, en Chile, tomaron el nombre de pesebres, integrándose rápidamente en las celebraciones religiosas navideñas.

Los primeros pesebres se construyeron en iglesias y conventos, donde acompañaban a los autos sacramentales, el canto de villancicos y la tradicional misa del gallo. Destacaban los que preparaban las monjas Clarisas, admirados por su detalle y devoción.

Pesebre en Santuario María Auxiliadora (Punta Arenas)

De los templos a los hogares

Sin embargo, con el tiempo las celebraciones se tornaron más festivas y ruidosas: los visitantes llegaban con “enormes chicharras de madera, canarios de lata y flautines”, generando un ambiente que la Iglesia consideró inapropiado para los templos. Por ello, los pesebres fueron prohibidos en las iglesias, pero la costumbre ya había echado raíces en la población.

Desde entonces, las familias comenzaron a armar sus pesebres en los hogares, convirtiéndolos en el centro de la Navidad doméstica. Cada casa competía por tener el más bello o el más original, en una mezcla de devoción y orgullo artesanal, que dio forma a una de las tradiciones más queridas de diciembre.

Los pesebres en la vida familiar chilena

El novelista Alberto Blest Gana describía en 1836 un pesebre típico de la época:

“El pesebre se hallaba con sus divinos habitantes ocupando el centro del nacimiento, rodeados del gallo, el buey y el asno…”

La escena, tal como se mantiene hasta hoy, suele incluir figuras de barro, yeso o madera representando a María, José, el Niño Jesús, los Reyes Magos y los animales del establo. En las zonas rurales se agregan a veces pastores, ovejas o casas típicas, incorporando elementos del paisaje chileno, como montañas o huertos.

Así, el pesebre pasó de ser una importación religiosa a una expresión de identidad popular y familiar, transmitida de generación en generación.

Pesebres. Cerámica de Lihueimo, 1978

El humor y la adaptación popular

Aunque la imagen del pesebre se ha mantenido fiel a la tradición, su espíritu ha evolucionado con los tiempos. El villancico popular chileno recoge ese tono sencillo y cotidiano con el que las familias viven la Navidad. El investigador Juan Uribe Echevarría recopiló uno de los más conocidos, que mezcla ternura y humor:

“Señora doña María,
le manda a decir mi abuela
que si no vacuna al niño
le puede dar la vihuela…”

Versos como estos reflejan la fusión entre lo religioso y lo popular, donde la fe convive con la picardía y el cariño del pueblo chileno.

Reflexión final

Los pesebres navideños chilenos son más que una decoración: representan una historia viva, donde la fe, la familia y la cultura se entrelazan. Desde los conventos coloniales hasta los hogares actuales, esta tradición ha resistido los siglos, adaptándose a los tiempos sin perder su esencia.

En cada pesebre hay una memoria compartida, un gesto de continuidad y un eco del espíritu navideño que, más allá de las modas, sigue iluminando los hogares de Chile.

Pesebre cerámica engobada - Norberto Oropesa

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