Es posible afirmar que 1910 marca la aparición en el escenario público, de una generación de jóvenes que extendió su influencia hasta hoy.
Por Juan Bragassi Hurtado
En este caso en particular, nos referiremos, al aporte de la generación de 1910 a la introducción de la poesía chilena, al ámbito de la literatura contemporánea, materia que -debemos confesar-, no es de nuestro dominio personal, por lo cual hemos utilizando como guía para abordar dicho tema, en forma exploratoria, dos interesantes estudios: uno, realizado por el destacado crítico literario “Alone” (Hernán Díaz Arrieta), con su Historia personal de la literatura chilena y el otro, del escritor Premio Nacional Manuel Rojas, con su Historia de la literatura chilena, más otros de igual valor, como el interesante ensayo de 1954, sobre el criollismo, realizado por el escritor Ricardo Latcham.
Hacemos esta aclaración, con objeto de no generar confusión en nuestros lectores, que esperando un profundo análisis crítico, se van a encontrar con una producción más bien descriptiva y básica. Estos artículos no van dirigidos a eruditos ni tienen pretensión intelectual, más allá de introducir y orientar a nuestros lectores en este y otros temas.
¿Pero solamente hay una importancia histórica en ello? No. Por ejemplo, en La Araucana de Alonso de Ercilla, además de ser la primera producción poética, desarrollada en nuestro territorio y más allá exaltación o idealización de paisajes, acontecimientos y personajes relacionados con las “virtudes guerreras del pueblo mapuche”, encontramos en ella el primer antecedente referido a la gradual asimilación, que dará pie a una síntesis entre los hispanos y los pueblos originarios en el Reino de Chile. Antecedentes, que nos hablan de los procesos espirituales, afectivos y de pensamiento vividos por las colectividades humanas. Y ello, a nuestro juicio, va más allá de los méritos placenteros que nos da la belleza pura.
Orígenes de la poesía chilena
Según el escritor Fernando Alegría “existe una base para concebir la poesía chilena como un todo armónico, como un organismo en proceso de paulatino crecimiento”. (De: Alegría, Fernando; En: “La poesía chilena”; p. 7), cuyo origen lo encontramos, en los primeros relatos épicos de Ercilla y Oña, continuando con los versos religiosos del siglo XVIII y la adaptación del romancero hispánico, reemplazado a principios del siglo XIX con la imitación de la literatura neoclásica española.
Después de la independencia, se traslada dicho modelo literario, a las expresiones principalmente afrancesadas y más adelante, en menor grado, alemanas e inglesas, omitiendo indudablemente, el referente hispánico. De ese período, Alberto Cabero en su libro Chile y los Chilenos, de 1926, destacaba que “(…) En los comienzos de la República, el aletargamiento social se reflejaba también en las letras; entre los poetas, sólo don Antonio José Irrizarri pasaba de lo vulgar” (pág. 307).
El letargo, de que nos habla Cabero, se debe aparentemente a que los letrados volcaron su interés hacia el ámbito político, coincidiendo en dicha lectura, con lo expresado décadas más tarde, por el escritor Ricardo Latcham “El escritor del siglo XIX mezclaba profusamente sus actividades literarias con las políticas. La actitud romántica ahogaba, a veces la espontaneidad de la vena creadora”.
Sin embargo, a partir de la tercera década del siglo XIX, hace entrada en Chile, un romanticismo tardío, el cual motivó una gran producción literaria. Dicha escuela, influirá notablemente en los activos grupos juveniles liberales, egresados de la enseñanza del Liceo de Chile, formados con la orientación educativa de Andrés Bello y en su contraste, por la influencia del escritor argentino Sarmiento, llegado a Chile producto de la dictadura de Rozas. También en algo influirá en esta generación, las lecturas de las obras de Balzac, Stendhal y Goethe. Así se hablará del despertar de la poesía chilena, a partir de la “generación de 1842”. Ella formará “Sociedad Literaria” con personalidades como José Victorino Lastarria, Salvador Sanfuentes y el destacado costumbrista José Joaquín Vallejo (Jotabeche).
En otras áreas, surgirán la “Sociedad de la Reforma” con Pedro Godoy y la “Sociedad de la Igualdad” con el polémico Francisco Bilbao. Sin embargo, varios estudiosos del fenómeno histórico de la poesía, coinciden en establecer la poca significancia, de la calidad de las producciones dadas a lo largo de ese período. Al respecto, se refería en 1965, el escritor Manuel Rojas: “(…) ¿Cuál es la razón? La razón parece ser que la mayoría de los individuos que en el siglo pasado se dedicaron al difícil cultivo de la poesía (…), la mayoría o todos, repito carecieron del don poético. Sólo fueron versificadores, personas que a fuerza de constancia, lograban dominar los ritmos y adquirir un lenguaje o una retórica que parecía poética (…)”.
En tanto, el crítico literario Hernán Díaz Arrieta “Alone” en su Historia personal de la literatura chilena, le atribuye dicha responsabilidad, a la influencia de Andrés Bello:” (…) la polémica de Bello y Sarmiento no significa otra cosa: una lucha entre la mesura y lo desmesurado (…) al parecer triunfó Bello y triunfó en toda la línea. El resultado es un siglo en donde la poesía brilla por su ausencia y donde los prosistas, desde Jotabeche hasta los primeros Chascarrillos Militares de Daniel Riquelme, envolviendo casi todas las novelas de Blest Gana, presentan una prosa acartonada, sin gracia, sin originalidad. La mesura impedía ser grandioso y original.
Por suerte a fines de siglo se logró ahuyentar un poco la mesura. Y entonces empezó a haber poetas (…)” (pp.100 a la 102). Así con todo, y por sobre la polémica referida a la calidad y la originalidad de las producciones literarias -y especialmente de la poesía-, surgidas a mediados del siglo XIX, varios autores coinciden en destacar los nombres de: Carlos Walker Martínez, Salvador Sanfuentes, Guillermo Matta, Guillermo Blest Gana, José Antonio Soffia, Pablo Garriga, Eduardo de la Barra y el crítico nacional Antonio González.
Los inicios de la poesía moderna en Chile
Con la llegada a Chile del poeta Rubén Darío, en 1886, comienza el fin de este romanticismo tardío y la entrada hacia una nueva lírica que comienza a imitar a los parnasianos, siguiendo después con los simbolistas y decadentes. Otros, destacarán en este aspecto la influencia de autores como: Esponceda, Bécquer y Heiru, influencias que inauguran en Chile “(…) la revolución modernista con una contribución de carácter indudablemente chileno” (Fernando Alegría).
La influencia de Rubén Darío, dará sus frutos finalizando el siglo XIX, donde destaca la producción poética de Francisco Contreras, Pedro González y Bórquez Solar. Esta primera etapa, llevará a la introducción de la poesía chilena, hacia el ámbito contemporáneo, mas será en la esfera del placer del arte puro, con temáticas etéreas e ideales, pero que irá derivando, hacia una poesía de estilo lírico, con cultores más jóvenes, que exhibirán sus producciones, en las proximidades del centenario de nuestra independencia nacional. “(…) Son los nuevos portaliras más sinceros, más humanos, más originales, de sensibilidad más honda, los que han hecho poesía y novela verdaderamente nacionales”. (De: Cabero, Alberto; En: “Chile y los chilenos”; pág. 327; 1926).
Es así, que su producción los colocará en concomitancia histórica, con la segunda fase de la literatura criollista, cuyos antecedentes se remontan al costumbrismo romántico -corriente no muy cultivada en nuestro país- y su fusión con la escuela naturalista. “(…) En Chile la mayoría de los escritores del siglo XIX desdeñó la vida campesina y prefirió la ciudad para sus descripciones y enredos novelescos (…) El paisaje interesó escasamente y los prosistas no supieron o no pudieron descubrirlo (…)” (Ricardo Latcham).
Con el naturalismo, el hombre metafísico o abstracto, fue desplazado por el interés en el hombre natural, encarnado en el estudio y registro de los tipos, costumbres y paisajes populares. Es así, que en las proximidades del centenario, las letras nacionales adquieren una cierta connotación nacionalista en sus temáticas, evidencia de una inquietud transversal en el ámbito creativo, manifiesta en una visión ceñida de lo chileno, lo nativo o lo local. “(…) piedad a los humildes, las rebeldías sociales, el amor patrio y la mayoría ha cantado o a contado lo más característico de Chile, la naturaleza agreste, la vida campesina, sus trillas y sus pendencias (…) Esta evolución de la literatura es, pues, en parte imitado, en parte obra de instrucción que ha ido extendiéndose de los hijos de los vascongados, reflexivos, sin inquietudes ni fantasías, que nos dieron historiadores y juristas, a los hijos del pueblo, más sensibles, soñadores e imaginativos, de donde han salido nuestros mejores artistas, como si aun bullera en su sangre andaluza, heredada, el sortilegio, el hechizo de la tierra del sol y de la gracia”. (De: Cabero, Alberto; En: “Chile y los chilenos”; pág. 328; 1926).
Así, de esta generación del centenario o de mil novecientos diez, podemos destacar como máximo exponente, al poeta Carlos Pezoa Véliz; creador “de un acento profundamente chileno, no por que cantara a las glorias nacionales o héroes militares, sino por que retrató figuras humanas, el ambiente, el lenguaje y el tono (…)” (Manuel Rojas). Carlos Pezoa Véliz, tiene la importancia de ser quien inicia el período moderno de la poesía chilena, con su obra “Alma Chilena” de 1911, siguiendo en esa senda renovadora personalidades disímiles posteriores, como Gabriela Mistral, Pablo de Rokha y Vicente Huidobro.
También, figura destacada es Pedro Prado, artista diverso en sus disciplinas expresivas, fundador en 1914 de “Los Diez (X)”, que en su poesía abordará las esencias chilenas del paisaje, flora, fauna y hombres como los reflejan los títulos de sus obras: Flores de cardo (1908), La casa abandonada (1912), El llamado del mundo (1913), etc.
Otros poetas renombrados son: José Vicuña Cifuentes, con sus recopilaciones de romances, historias, adivinanzas y supersticiones en Romances populares y vulgares de 1912; Diego Dublé Urrutia, angolino que mezcla las poesía, las leyendas y las fiestas religiosas en su trabajo titulado Del mar a la montaña de 1903; Manuel Magallanes Moure, con La jornada (1910) y La casa junto al mar (1919); Carlos Mondaca Por los caminos (1910) y Recogimiento (1920); Max Jara Juventud (1909) y ¿Poesía? (1914); el quilpueino Daniel de la Vega, con Calor de terruño (1911) y Los momentos (1918); Ángel Cruchaga Santa María Las manos Juntas (1915); José Domingo Gómez Rojas con Rebeldías líricas (1913) y Junto al brasero (1914).