En la práctica, la República Socialista de Chile duró apenas doce días, pero sus efectos se mantuvieron por un tiempo más.
El gobierno de Juan Esteban Montero (1931-1932) se percibía inestable y débil, y tanto grupos de izquierda como ibañistas estaban descontentos con su gestión; además, la campaña de desprestigio hacia los militares, motivada por un fuerte sentimiento civilista, generaba malestar dentro de las Fuerzas Armadas. Ello quedó claramente manifestado con la sublevación de la Escuela de Aviación de El Bosque, el 4 de junio de 1932, bajo las órdenes del coronel Marmaduke Grove.
Este movimiento de militares progresistas se extendió rápidamente a todas las unidades del país. El presidente Montero se mostró impotente para neutralizarlo y tuvo que entregar el poder a los uniformados, quienes formaron una Junta de Gobierno integrada por el general Arturo Puga, por Carlos Dávila, en representación del ibañismo, y Eugenio Matte, gran maestre de la masonería. El mentor de la insurrección, Marmaduke Grove, ocupó el cargo de ministro de Defensa. De esta manera, se proclamó la República Socialista de Chile.
La República Socialista puso a la clase obrera frente a una gran posibilidad de cambio y de mejoría en su situación general. Sus fundadores la concebían como la única alternativa histórica para oponerse a los anticuados gobiernos del pasado, cuyo fracaso se atribuía al respaldo brindado a la economía liberal y al excesivo formulismo legalista. Sin embargo, aunque en su gestación había tenido un carácter revolucionario, ello no se tradujo en sus contenidos económicos, sociales ni políticos.
Una de las primeras medidas que tomó la Junta Militar fue disolver el Congreso Termal y convocar a elecciones inmediatamente. El principal objetivo de la política popular establecida era asegurar el bienestar, la salud y la subsistencia de las clases desamparadas. Pero las medidas que se adoptaron tenían más de populismo que de revolución, como por ejemplo la devolución gratuita de los objetos dados en prenda a la Caja de Crédito Popular; la prohibición de desalojo de los arrendatarios morosos; la amnistía para los presos políticos y la instauración de lavaderos de oro para disminuir la cesantía. Con todo, fue un período de efervescencia popular.
Los militares vieron con preocupación la renuncia del ibañista Carlos Dávila a continuar en la Junta, y temieron que, por el discurso revolucionario que acompañaba a las revueltas callejeras, los líderes de la Revolución Socialista fueran incapaces de controlar a las masas. El Ejército y la Marina exigieron la salida de Grove y de Matte del gobierno. Ambos fueron deportados a la isla de Pascua y, mientras, Carlos Dávila tomó el control del poder. Habían transcurrido doce días desde la instauración de la nueva República.
Así, se sucedieron un total de cuatro Juntas de Gobierno hasta el 8 de julio de 1932, Dávila sorprendió a las fuerzas políticas que lo apoyaban al declararse presidente provisional y convocar a una asamblea constituyente para elaborar una constitución socialista y llamar a elecciones presidenciales, en las cuales él sería el candidato. El ibañismo siempre creyó que Dávila estaba preparando las condiciones para que Ibáñez volviera del exilio en Argentina y asumiera nuevamente los destinos del país. Al tomar conciencia del nuevo escenario, el Ejército y la Marina le exigieron que renunciara a su cargo de presidente provisional. Dávila tuvo que marchar al exilio, lo que puso fin a los cien días posteriores a la República Socialista. Era el 13 de septiembre.
Resumiendo, ninguna de las juntas que se establecieron implantó el socialismo y fueron el producto de la anarquía política reinante en esos días. Algo curioso es que algunas de las leyes dictadas por la República Socialista siguieron vigentes hasta la década de 1970, pero su aplicación y efectos ya es otra historia.
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