En Portillo se relata una antigua leyenda que refleja el amor puro de un matrimonio. Ese es el origen de identificar a Portillo como la «Laguna del Inca»
Mucho antes de que los conquistadores aparecieran por el valle de Aconcagua, los incas ya habían avanzado por Chile hasta el río Maule. En esos años, existió un poblado en pleno valle, donde vivía el príncipe Illi Yupanqui, joven, apuesto y buen guerrero. El príncipe buscaba a la mujer más hermosa para formar una familia, hasta que la encontró en Kora-Llequi, una princesa inca cuya belleza despertaba grandes pasiones entre los hombres. Con un cuerpo esbelto, cabello largo y negro que caía hasta la cintura, y unos ojos profundamente verdes, que recordaban a la naturaleza profunda.
Desde que se conocieron, el amor despertó entre ambos y, al poco andar, enloquecidos el uno con el otro, decidieron casarse. El lugar tendría que ser muy alto, ya que los incas, que se consideraban hijos del Sol, realizaban todos sus ritos religiosos lo más alto posible para estar cerca de su padre. El lugar elegido fue el macizo andino, en los faldeos del monte Aconcagua. La zona era bastante cercana a la Laguna del Inca, pues se dice que el evento se realizó cerca «de un lago de aguas claras».
La ceremonia estaba culminando de manera perfecta, cuando, Kora-Llenqui debía descender lentamente por la empinada ladera con todos sus adornos matrimoniales y su séquito nupcial. La tarea no era fácil, su gran vestido y el peso del oro dificultaban la tarea en el camino estrecho y pedregoso. Finalmente, perdió el paso, cayendo estrepitosamente por los riscos.
Sin poder evitarlo, como en cumplimiento de un destino inequívoco, Illi Yupanqui escuchó los gritos de su amada mujer y su horrorizado séquito. El final estaba cerca. El príncipe inca fue corriendo en su ayuda. Bajó velozmente por las peligrosas cuestas de las alturas y al llegar al lugar la descubrió muerta. Se arrodilló y la acunó entre sus brazos, besándola a modo de despedida. Lloró amargamente el amor que el destino le había arrebatado. Se cuenta que la terrible caída no alteró el hermoso rostro de la princesa y que su expresión era de felicidad.
Enfrentado al horror de la pérdida, Illi Yupanqui no quiso un entierro corriente para ella. Ordenó a sus hombres que la envolvieran en lino blanco y que su cuerpo fuera depositado en el fondo de la laguna, pues él quería una sepultura que ningún sarcófago humano pudiera igualar. Ese mismo día, ante la pena reinante, todos los asistentes a la boda pudieron observar que, a medida que el cuerpo pequeño de la princesa entraba en la laguna, el tono transparente que tenía el agua comenzó a cambiar hasta adquirir el mismo verde esmeralda hermoso de los ojos de Kora-Llequi. El príncipe, inconsolable, desde ese día y hasta el de su muerte, lloró su amor perdido. Es por este ejemplo de amor puro que el lugar fue bautizado como la Laguna del Inca, en recuerdo del triste viudo.
Actualmente, se dice que en las noches de invierno, cuando el frío arrecia y el agua de la laguna es solo hielo, puede escucharse como un eco lastimero el llanto de Illi Yupanqui, el que no ha dejado de llorar la pérdida de su amada princesa.
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