En 1848 se descubrió oro en California, Estados Unidos, y la noticia se esparció con rapidez por todos los confines del globo: Fiebre del Oro
Pepas de hasta seis libras se constituían en un poderoso incentivo para millares de personas que desde los lugares más apartados del planeta concurrían a la tierra del oro con la esperanza de alcanzar la fortuna. Decenas fueron los barcos abandonados en la bahía de California por tripulaciones que antes de anclar se arrojaban al agua y a nado alcanzaban la playa para comenzar la búsqueda.
Cientos fueron los chilenos de todos los estratos sociales que emigraron también en busca de su oportunidad, todos hermanados en la aventura. Chileno fue el “Natalia”, el primer barco que sin guía ancló en el puerto de Sacramento. Fueron chilenos los que en esa misma barca y ciudad fundaron el primer hospital de caridad. Chileno fue el primer muelle almacén de San Francisco. Chilenos fueron los que con Juan Manuel Ramírez fundaron el pueblo de Marysville. Y chilena fue, en fin, la Rosarito Améstica de la que habla Galeano en «Las caras y las máscaras» que ayudó a tantos a atenuar la nostalgia por la patria ausente. Tantos eran nuestros compatriotas en California que tenían su propio barrio en San Francisco, Chilecito, donde se hacían respetar.
Apertura de un mercado
La fiebre del oro significó para Chile la apertura de un mercado importantísimo pero fugaz para los productos agropecuarios, como trigo, harina, charqui, aguardiente, vino, etc. Esto llevó a los agricultores a conseguir créditos para financiar molinos, obras de regadío y demás, para incrementar sus envíos a San Francisco, lo que redundaba en un mayor movimiento para la marina mercante, la minería del carbón y la banca, generando un círculo virtuoso en la economía que, de paso, favorecía las arcas fiscales.
Pero la bonanza se fue como llegó. Detrás del aventurero que buscaba la riqueza fácil en un golpe de suerte, llegaron los hombres que la perseguían con esfuerzo tesonero, poniendo a trabajar tierras riquísimas e inexplotadas que pronto abastecieron sus propias necesidades y luego comenzaron a exportar disputándole a Chile otros mercados como el peruano. La saturación de los mismos produjo una caída de los precios y la imposibilidad de los agricultores de pagar los créditos, siendo ésta una causa importante de la crisis económica que el país comenzara a vivir a finales de la década.