Menos de 8 km al sureste de San Pedro de Atacama hay que recorrer para llegar a este sitio arqueológico en pleno desierto: la Aldea de Tulor.
El padre Gustavo Le Paige lo «descubrió» en 1956.
Está compuesta por una serie de edificaciones circulares interconectadas que tenía diversos usos en la vida cotidiana de los habitantes y que hoy están cubriéndose lenta, pero definitivamente, con la arena del desierto (como se ve en la primera imagen). Este deterioro hizo que fuera considerado uno de los sitios arqueológicos más amenazados del mundo.
A modo de explicación didáctica se ha reconstruido una parte de las mencionadas estructuras. Tienen cierta similitud con la arquitectura prehispánica del sitio Guatacondo, en la región de Tarapacá. Hay que mencionar que no siempre el clima y paisaje en este lugar fue como hoy: Estamos hablando de que por aquí hace unos milenios corría el río San Pedro y abundaba la vegetación que hacía posible la vida sedentaria que alcanzaron los pobladores de esta zona, ya no dedicados tanto a la caza sino más bien a la agricultura.
Podemos mencionar que, gracias a la información obtenida por los restos o desechos arqueológicos de la zona y un contexto climático más favorable, este lugar debió ser parte de una importante ruta comercial o intercambio que unía desde el altiplano hasta la costa en una amplia superficie que cubrían las rutas caravaneras de llamas.
La ocupación humana se presume hasta el siglo V d.C., si bien no hay evidencia de la influencia Tiwanaku que debió llegar en esa época.
Administración local
Actualmente, la Aldea de Tulor es administrada por los propios atacameños (o likanantai) a través de la Comunidad Indígena de Coyo; esto representó la primera cesión del manejo de un bien patrimonio cultural indígena desde el Estado chileno, iniciado en 1998 con un contrato de concesión.
Esta comunidad mantiene el lugar, y un centro de información al visitante con vestigios e infografías en varias salas, además de realizar las explicaciones. Quizá cuando vayas encuentres muy caluroso, pero vale la pena ese tránsito para estar, aunque sea por unas horas, conectados con la Patahoiri (Madre Tierra).